viernes, 19 de diciembre de 2014

Tradiciones

Otra de las cosas que no sé muy bien si nos une o nos separa son las tradiciones. Sobre todo ésas que nos llevan a una España viejuna, casi rancia, de botella de anís, "santos inocentes" y trajes típicos.

Vale que como madrileño nunca he sido yo mucho de determinadas tradiciones: ni de romerías para conmemorar santos, ni de alfileres en pilas para encontrar marido, ni de "fieles" que lloran en procesiones arcaicas de figuras "de palo", ni de bailes regionales "sobre ladrillos" o trajes típicos que cuestan más de lo que se usan. 

Siempre me ha parecido una incongruencia disfrazarse, ya sea de chulapo, de corto, de gitana o, más recientemente, de zombie o bruja. Como siempre me ha parecido complicado el equilibrio entre el futuro y el pasado. 

Foto: Q

Después de dos años viviendo en Sevilla aprendí que los/as que más lloraban al paso de la Macarena, más pecados atesoraban; que los/as que más se rasgaban las vestiduras al paso del "Gran Poder", más avergonzados tenían que estar de su comportamiento con el prójimo; que los que más sabían de vestir santos, de liturgia, ritos y votos, los "capillitas" famosos, eran esos homosexuales que jamás serían acogidos en el reino de los cielos si atendiésemos a los preceptos de la iglesia que idolatran. Pura fachada los unos, pura incongruencia los otros.  

Aprendí que "La feria" o el Rocío, son nidos de borrachos elitistas y cocainómanos que ensalzan el "amor al prójimo", pero que matan (literalmente) si tratas de saltar una reja para tocar un trozo de madera vestido de virgen.

Como madrileño aprendí todo eso, pero como madrilán (o cataleño) he aprendido muchas tradiciones nuevas y algunas incomprensibles. Y entre todas ellas: El tió

Ya sé que la tradición navideña se muestra de mil formas: el anglosajón Papá Noel, los reyes Magos, el Olentzero vasco... pero es que lo de "El tió" es de traca. 
Foto: Q

Os cuento: Los días previos a la navidad, un tronco sonriente con patas y barretina, baja de las montañas y se presenta en la puerta de las casas con niños. Este simpático tronco, baja para ser apaleado, repito, APALEADO y, a cambio, caga regalos. 

Como lo oyes. Al ritmo de: 


"Caga tió -caga tió-
ametlles i torró -almendras y turrón-
no caguis arangades -no cagues arenques-
que són massa salades -que son demasiado salados-
caga torrons -caga turrones-
que són més bons -que están más buenos-
Caga tió -caga tió-
ametlles i torró -almendras y turrón-
si no vols cagar -si no quieres cagar-
et donaré un cop de bastó -te daré un golpe de bastón-

¡Caga tió!"

Se golpea al pobre tronco y se extrae, de debajo de la manta que lo cubre, el preciado regalo que ha cagado. Y así, somanta de palos tras somanta de palos, hasta que el pobre ya no puede excretar más.

Sí, ya sé que en cataluña (o catalunya) el "Parlem de merda que riurem" es una máxima bien asentada (el tió, el caganer...) pero ¿Qué mensaje estamos dejando a las nuevas generaciones? ¿Qué imagen van a guardar esos niños, los pobres, cuando recuerden que un viejo tronco sufría malos tratos y, en compensación, cagaba regalos? ¿Es el tió el más claro ejemplo de nuestra ancestral tradición de "agradecido y apaleado"?

Soy consciente de que "El que olvida su pasado está condenado a repetirlo", pero perdonadme si no me veo en el siglo XXI bailando sardanas, una muñeira o el "redoble" extremeño; si no me veo apaleando troncos con ojos o adorando a un cristo que me pide que nos amemos los unos a los otros, mientras sus representantes en la tierra son capaces de odiar a los que no son como ellos. 

Total, sólo son tradiciones. 

Disfruten, ¡AR! 

Apadrina un madrilán
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